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De la directora
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Conversando con Pedro Grases Siempre afirmo a mis alumnos que en la Universidad
Metropolitana hay un gran tesoro. Y, ese tesoro es nuestra biblioteca
Pedro Grases. Recinto hermoso que este autor se obligó a construir,
del que disfrutamos hoy, y que constituye una de las mejores bibliotecas
en humanidades que existen en el país. He podido realizar mis
investigaciones con la ayuda de esta biblioteca y además tuve
la suerte de ingresar a la Universidad Metropolitana en 1986, cuando
Pedro Grases trabajaba algunas mañanas en ese recinto de la
Universidad. Allí empezamos a conversar y a preguntarme él
sobre mis investigaciones. Por eso quisiera continuar este pequeño trabajo con una afirmación suya que hizo realidad para mi a través de sus conversaciones: Nuestra época regida a base de la ferocidad de las cifras estadísticas y de los imperativos de las leyes sociales y económicas, parece que haya apartado por anacrónicas las áreas del sentimiento y de la comprensión sencilla entre las gentes. …El que vive con el corazón en la mano o con la alegría a flor de labio, es tenido por cándido o por un desajustado. Y, sin embargo, creo que no hay otro modo de vivir más honesto, pleno, intenso. Iba a añadir que otra forma de estar en el mundo no vale la pena de haber nacido; pero he de comprender que la existencia permite otros rumbos y maneras que también han de tener su sabor de goce completo, que si no comparto, respeto.(pag. 12) |
PEDRO GRASES |
ALGUNAS OBRAS |
Cuando inicié mi tesis doctoral no dudé en acudir a él para que fuera mi tutor. Ya éramos amigos. A esta proposición contestó que ya estaba muy viejo para ser mi tutor, que en su lugar me recomendaba al Dr. Ramón J. Velásquez quien en esos momentos era Presidente de la República. Yo dudosa, le dije que como me iba a recibir el Presidente, y me dijo: no te preocupes, yo lo llamo. Me prestó entonces la revista Bitácora que no había podido conseguir, para mi trabajo y le prometí devolvérsela pronto. Eso no sucedió porque me operaron. No dudó, entonces, en llamarme a mi casa, y hablar conmigo para asegurarse de que los volúmenes le serían devueltos. Don Pedro era muy cuidadoso con los libros y eso lo demostró en aquella oportunidad. Luego recuerdo que un día dejó de venir a trabajar en la biblioteca, y sentí su ausencia. Ya estaba enfermo y me informaba de su salud por María Asunción, su hija. Fuimos a visitarlo a la clínica La Floresta. Acababa de bajar de terapia intensiva y, no se podía entender, lo que decía. En ese momento empecé a hablarle sobre mi investigación del Obispo Mariano Martí. Le dije que me estaba metiendo con un catalán como él y que iba a tener que acudir al gobierno de Cataluña para que me publicaran la investigación. Le brillaron tanto los ojos que no necesitamos entender sus palabras. Todo estaba dicho. Ya después de muerto volví a otra reunión en su casa y me senté un rato al lado de su viuda que me impresionó porque en ese momento estaba extremadamente serena y me dijo: Pedro está en el cielo. Confieso que sentí envidia de su serenidad, y admiración al mismo tiempo. Después de haber convivido, alrededor de cincuenta años con Don Pedro ella tenía la profunda certeza de que Don Pedro había practicado las tres cualidades que enumera en Gremio de Discretos “…quisiera añadir la mención de tres requisitos indispensables, de los que se olvida a menudo el hombre de letras de nuestro tiempo: 1) La humildad; 2) El propio respeto, y 3) La discreción. De mi experiencia personal saco una ecuación que tiene la sencillez de lo perfecto: el mayor saber y el mayor valer humano, van siempre acompañados de la mayor generosidad y humildad.” (págs. 29 y 30). Bibliografía: |